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«¡Cuánta sangre y cuántas lágrimas van a correr!»
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(Natalicio de José Martí)
«No todo el mundo se da cuenta de que [José] Martí, adulto, apenas vivió en Cuba. Nació en La Habana, pasó aquí su infancia y adolescencia hasta los dieciséis años, cuando fue preso por delito político... [y] después de un año de presidio, pudo... [exiliarse en] España... para no volver a Cuba sino por un año [inicialmente,] y finalmente, por treinta y ocho días antes de su muerte.... No es de extrañar, por lo tanto, que pocos lo conocieran.» Luego de hacer esa reflexión, la escritora Blanche Zacharie de Baralt, en su obra titulada El Martí que yo conocí, se da a la tarea de satisfacer nuestra curiosidad con relación a «ese Martí que ella conoció»:
»Los que sí pudieron tratarlo más fueron los cubanos de Nueva York, donde vivió [Martí]... desde 1880 hasta 1895, quince años. Allí se desenvolvió el período más importante de su vida. Allí trabajó, conspiró y organizó la magna obra de la independencia de Cuba. Los que vivimos entonces en aquella ciudad y lo tratamos de cerca en esos años decisivos lo conocimos bien....
»[Yo] lo conocí y traté más de diez años seguidos, siendo el fraternal amigo de mi marido,... respetado y querido de nuestra casa — explica Zacharie de Baralt—.... Muy pocos, fuera de aquellos que [gozamos] de su trato exquisito y consecuente afecto, [conocimos] el encanto del leal amigo, hombre culto y cumplido caballero, cuya alma, llena de ternura, rebosaba con la “leche de la bondad humana”....
»La gente... suele olvidarse de que [José Martí] murió joven. Cuando lo conocí, [él] tenía treinta años.... Cuando [murió], contaba cuarenta y dos....
»Yo lo recuerdo como un joven de genio alegre, y sólo en los dos o tres últimos años, cuando pesaban sobre su alma las grandes preocupaciones y responsabilidades que entrañaba la idea de lanzar un pueblo a la revolución donde tenían, forzosamente, que morir muchos combatientes, se tornó grave y pensativo.
»En los meses... cuando Martí era perseguido por el espionaje español, cambiaba de residencia a menudo para despistar a los agentes que lo buscaban. Venía a veces a pedirnos albergue, sabiendo que nuestra casa era la suya; y contaba mi marido que una noche que Martí durmió en su cuarto, lo despertaron unos suspiros profundos y unos quejidos lastimeros. “¿Qué le pasa, Martí?” le preguntó Luis alarmado. [Martí], abriendo los ojos, exclamó: “¡Ay, las madres, las madres! ¡Cuánta sangre y cuántas lágrimas van a correr en esta Revolución a que voy a lanzar a mi país!”»1
Así como Martí, también Jesucristo agonizó poco antes de su muerte al pensar en el costo de la redención por la que se dispuso a dar su vida. Sólo que la redención por la que pagó el precio Cristo al morir en nuestro lugar es espiritual y eterna, y abarca a la humanidad entera. Para que ese sacrificio no haya sido en vano, ahora sólo nos queda apropiarnos de nuestra redención y aferrarnos a la libertad espiritual que nos depara, que es la única que nos hace verdaderamente libres.»2
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
1 | Blanche Zacharie de Baralt, El Martí que yo conocí, Centro de Estudios Martianos, 1980, pp. 21-23,26-28 En línea 3 septiembre 2024. |
2 | Mt 26:36-46; Gá 5:1; Jn 8:32-36 |
82 епізодів
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(Natalicio de José Martí)
«No todo el mundo se da cuenta de que [José] Martí, adulto, apenas vivió en Cuba. Nació en La Habana, pasó aquí su infancia y adolescencia hasta los dieciséis años, cuando fue preso por delito político... [y] después de un año de presidio, pudo... [exiliarse en] España... para no volver a Cuba sino por un año [inicialmente,] y finalmente, por treinta y ocho días antes de su muerte.... No es de extrañar, por lo tanto, que pocos lo conocieran.» Luego de hacer esa reflexión, la escritora Blanche Zacharie de Baralt, en su obra titulada El Martí que yo conocí, se da a la tarea de satisfacer nuestra curiosidad con relación a «ese Martí que ella conoció»:
»Los que sí pudieron tratarlo más fueron los cubanos de Nueva York, donde vivió [Martí]... desde 1880 hasta 1895, quince años. Allí se desenvolvió el período más importante de su vida. Allí trabajó, conspiró y organizó la magna obra de la independencia de Cuba. Los que vivimos entonces en aquella ciudad y lo tratamos de cerca en esos años decisivos lo conocimos bien....
»[Yo] lo conocí y traté más de diez años seguidos, siendo el fraternal amigo de mi marido,... respetado y querido de nuestra casa — explica Zacharie de Baralt—.... Muy pocos, fuera de aquellos que [gozamos] de su trato exquisito y consecuente afecto, [conocimos] el encanto del leal amigo, hombre culto y cumplido caballero, cuya alma, llena de ternura, rebosaba con la “leche de la bondad humana”....
»La gente... suele olvidarse de que [José Martí] murió joven. Cuando lo conocí, [él] tenía treinta años.... Cuando [murió], contaba cuarenta y dos....
»Yo lo recuerdo como un joven de genio alegre, y sólo en los dos o tres últimos años, cuando pesaban sobre su alma las grandes preocupaciones y responsabilidades que entrañaba la idea de lanzar un pueblo a la revolución donde tenían, forzosamente, que morir muchos combatientes, se tornó grave y pensativo.
»En los meses... cuando Martí era perseguido por el espionaje español, cambiaba de residencia a menudo para despistar a los agentes que lo buscaban. Venía a veces a pedirnos albergue, sabiendo que nuestra casa era la suya; y contaba mi marido que una noche que Martí durmió en su cuarto, lo despertaron unos suspiros profundos y unos quejidos lastimeros. “¿Qué le pasa, Martí?” le preguntó Luis alarmado. [Martí], abriendo los ojos, exclamó: “¡Ay, las madres, las madres! ¡Cuánta sangre y cuántas lágrimas van a correr en esta Revolución a que voy a lanzar a mi país!”»1
Así como Martí, también Jesucristo agonizó poco antes de su muerte al pensar en el costo de la redención por la que se dispuso a dar su vida. Sólo que la redención por la que pagó el precio Cristo al morir en nuestro lugar es espiritual y eterna, y abarca a la humanidad entera. Para que ese sacrificio no haya sido en vano, ahora sólo nos queda apropiarnos de nuestra redención y aferrarnos a la libertad espiritual que nos depara, que es la única que nos hace verdaderamente libres.»2
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Blanche Zacharie de Baralt, El Martí que yo conocí, Centro de Estudios Martianos, 1980, pp. 21-23,26-28 En línea 3 septiembre 2024. |
2 | Mt 26:36-46; Gá 5:1; Jn 8:32-36 |
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