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32 Domingo B La ofrenda de la viuda

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La ofrenda de la viuda

Hoy las lecturas de la Misa nos ofrecen dos viudas. En la primera lectura la viuda de Elías y en el evangelio la viuda del templo. Las viudas tenían una vida difícil porque no tenían un marido que las cuidase, y su vida era más dura si no tenían hijos. Ambas viudas eran generosas, pues a pesar de ser pobres, dieron todo lo que tenían. Recibieron más de lo que dieron. La viuda de Elías recibió comida para todo el año. Jesús alabó a la viuda del templo; la canonizó en el momento. Seguramente se encontró una fortuna cuando volvió a su casa.

Jesús estaba con sus discípulos sentados en frente del tesoro del templo, mirando como la gente echaba en él dinero, algunos de ellos grandes cantidades. Era todo un espectáculo, ver como los ricos traían bolsas llenas de monedas de oro y plata, y las dejaban caer dentro del tesoro, resonando con un ruido metálico. La hucha del tesoro estaba situada en un lugar central, para animar a la gente a ser generosos. Nos gusta aparentar, que la gente admire nuestras buenas obras. Nadie se fijó en una pobre viuda vestida de negro, que echó dos monedas de cobre, sin hacer ruido. Jesús se dio cuenta de su generosidad, porque sólo él puede ver dentro de nuestros corazones. Cuando ya se iba sin atraer atención hacia ella misma, Jesús la señaló a sus discípulos, y les dio una lección gráfica, mencionando su obra heroica.

Los ricos daban a Dios de lo que les sobraba; la pobre viuda dio todo lo que tenía. A Jesús le movió su generosidad y dijo a sus discípulos que había puesto más que todos ellos juntos. Los ricos tuvieron su recompensa en la tierra. A esta viuda le estaba esperando en el cielo. San Josemaría dice: “¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco o en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des.”

Nos ganamos el corazón de Jesús con nuestra generosidad. Hay un dicho que dice que a Dios se le gana con la última moneda. El reino de los cielos no tiene precio, pero al mismo tiempo cuesta todo lo que tenemos hasta el último centavo. Si la botella de vino no está llena, el aire convierte el precioso líquido en vinagre. Venimos a este mundo desnudos, sin nada, y nos vamos de la misma manera. No puedes llevarte nada, a no ser que se lo des a Dios. Lo que le des, lo encontrarás en la otra vida; si te lo quedas, lo pierdes.

Dios siempre pide primero. Nos extraña, pues él tiene todo lo que nos hace falta, y él debería ser el que nos ofreciera sus gracias, en vez de que sea él el que nos pida. Dios se ofrece a nosotros, pero antes hay que hacer hueco para que quepa. Cuanto más das, más recibes. La Madre Teresa de Calcuta solía decir: “Tienes que dar hasta que duela. Entonces serás feliz.” No podemos ganar a Dios en generosidad. Una vez un pobre le pidió a Alejandro Magno una limosna. Este dijo que le hicieran señor de cinco ciudades. El pobre respondió que no había pedido tanto. Alejandro contestó: tu pides como eres; yo doy como quien soy. Somos niños pequeños que llevamos en nuestros bolsillos pequeños tesoros: un trozo de vidrio, un botón perdido, un soldadito sin cabeza. Nos cuesta dárselos a Dios cuando nos los pide. No seas tacaño.

josephpich@gmail.com

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La ofrenda de la viuda

Hoy las lecturas de la Misa nos ofrecen dos viudas. En la primera lectura la viuda de Elías y en el evangelio la viuda del templo. Las viudas tenían una vida difícil porque no tenían un marido que las cuidase, y su vida era más dura si no tenían hijos. Ambas viudas eran generosas, pues a pesar de ser pobres, dieron todo lo que tenían. Recibieron más de lo que dieron. La viuda de Elías recibió comida para todo el año. Jesús alabó a la viuda del templo; la canonizó en el momento. Seguramente se encontró una fortuna cuando volvió a su casa.

Jesús estaba con sus discípulos sentados en frente del tesoro del templo, mirando como la gente echaba en él dinero, algunos de ellos grandes cantidades. Era todo un espectáculo, ver como los ricos traían bolsas llenas de monedas de oro y plata, y las dejaban caer dentro del tesoro, resonando con un ruido metálico. La hucha del tesoro estaba situada en un lugar central, para animar a la gente a ser generosos. Nos gusta aparentar, que la gente admire nuestras buenas obras. Nadie se fijó en una pobre viuda vestida de negro, que echó dos monedas de cobre, sin hacer ruido. Jesús se dio cuenta de su generosidad, porque sólo él puede ver dentro de nuestros corazones. Cuando ya se iba sin atraer atención hacia ella misma, Jesús la señaló a sus discípulos, y les dio una lección gráfica, mencionando su obra heroica.

Los ricos daban a Dios de lo que les sobraba; la pobre viuda dio todo lo que tenía. A Jesús le movió su generosidad y dijo a sus discípulos que había puesto más que todos ellos juntos. Los ricos tuvieron su recompensa en la tierra. A esta viuda le estaba esperando en el cielo. San Josemaría dice: “¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco o en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des.”

Nos ganamos el corazón de Jesús con nuestra generosidad. Hay un dicho que dice que a Dios se le gana con la última moneda. El reino de los cielos no tiene precio, pero al mismo tiempo cuesta todo lo que tenemos hasta el último centavo. Si la botella de vino no está llena, el aire convierte el precioso líquido en vinagre. Venimos a este mundo desnudos, sin nada, y nos vamos de la misma manera. No puedes llevarte nada, a no ser que se lo des a Dios. Lo que le des, lo encontrarás en la otra vida; si te lo quedas, lo pierdes.

Dios siempre pide primero. Nos extraña, pues él tiene todo lo que nos hace falta, y él debería ser el que nos ofreciera sus gracias, en vez de que sea él el que nos pida. Dios se ofrece a nosotros, pero antes hay que hacer hueco para que quepa. Cuanto más das, más recibes. La Madre Teresa de Calcuta solía decir: “Tienes que dar hasta que duela. Entonces serás feliz.” No podemos ganar a Dios en generosidad. Una vez un pobre le pidió a Alejandro Magno una limosna. Este dijo que le hicieran señor de cinco ciudades. El pobre respondió que no había pedido tanto. Alejandro contestó: tu pides como eres; yo doy como quien soy. Somos niños pequeños que llevamos en nuestros bolsillos pequeños tesoros: un trozo de vidrio, un botón perdido, un soldadito sin cabeza. Nos cuesta dárselos a Dios cuando nos los pide. No seas tacaño.

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