Domingo de Ramos

Homilías de cuatro minutos

Domingo de Ramos

¿Por qué entró Jesús en Jerusalén montado en un burro? Podía haber venido en un caballo o en un camello, animales más elegantes, sentado más alto para ser bien visto y para poder ver mejor. Porque quiso cumplir la sagrada escritura que había profetizado que vendría en un asno. Podía haber montado en otro animal, pero el borrico es un animal humilde, dócil y que trabaja duro. Es un buen ejemplo para nosotros, al contrario del caballo que le gusta aparentar y pretender. Se dice que el burro es símbolo de paz, humildad y vida simple; el caballo es símbolo de guerra, soberbia y ostentación.

El Salmo 73 dice que somos como burros delante de Dios. Jesús ha decidido coger las riendas de nuestra vida. A veces nos pensamos que somos un caballo y nos tornamos tontos, soberbios, y rebeldes. No podemos olvidar que, aunque estamos llevando a Jesús, sólo somos un borrico. Cuando pretendemos ser un caballo, el camino se vuelve pedregoso, lleno de socavones, y Jesús encuentra difícil permanecer en la montura. No seas un burro tozudo, viejo y cascarrabias, que está siempre dispuesto a pegar una coz al que se acerque. Sé uno joven, con paso ágil para servir, dispuesto a trabajar duro, las orejas tiesas para escuchar los silbidos del Maestro. El Señor quiere conducirnos hasta llegar a la eternidad del cielo.

Al llegar a Jerusalén escuchas los gritos de la multitud y las exclamaciones de alegría, aclamando al profeta que entra en la ciudad santa. La gente extiende sus capas en el suelo para que puedas pisar blando. Te gusta poner tus pezuñas en los vestidos de la gente. Te hace importante y piensas que la gente te está saludando a ti. Miras alrededor tuyo como reconociendo las alabanzas de la gente y casi te pegas de frente con un poste en el medio del camino. Un simple gesto de Jesús te hace bajar la cabeza y fijar tus ojos al frente. No más distracciones, pensamientos frívolos o aspiraciones de grandeza. Todo eso no es para ti; es para Jesús.

Jesús es un buen jinete. Te deja libre para que camines a tu paso, sin espolearte con sus piernas. Trae la paz consigo. Su yugo es suave y su peso ligero. Pero tú tienes que cooperar con él, seguir el camino que te marca. Parece fácil pero no lo es. Tendemos a seguir nuestra estrella. Es sencillo cuando tu sendero y el suyo es el mismo. Pero cuando no lo es, cuando hay que subir la cuesta, cuando el suelo se vuelve áspero, preferimos la cuesta abajo. ¿Cuándo nos vamos a convencer que su camino es el mejor?

Cuando Jesús divisa Jerusalén comienza a sollozar. Te pilla a contrapié. No lo has visto nunca llorar. Llora porque sabe lo que ocurrirá al templo cuando los romanos lo destruyen y no dejen piedra sobre piedra. Es asombroso ver a Jesús apenado por unas cuantas piedras. Son demasiados los recuerdos que tiene del templo. Es como nosotros, que nos preocupan demasiado las cosas materiales. Y todo eso ocurrirá porque no siguió los mandatos del Señor. Debes aprender la lección para tu vida. No quieres que Jesús llore por ti y por tus hijos.

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